En contraste con las tristes inmundicias del mundo
---by Horacio González
Nadie me dijo que había venido a este mundo para olvidarme de aquello que alguna vez soñó de Fernando Rubio se presenta como una profunda reflexión sobre la crisis artística y la angustia inherente al proceso de creación. La obra está marcada por una carga emocional intensa que explora las sombras del ser humano, el lugar del arte en la existencia y el vínculo entre el creador y su propia vulnerabilidad.
La obra, que gira en torno al cuarteto no. 14 de Beethoven (op. 131), establece un contraste entre la genialidad de la música clásica y la triste realidad de la vida cotidiana, fusionando las pasiones más oscuras con la belleza sublime. Esta dualidad plantea la cuestión de si es posible concebir arte fuera de las tensiones emocionales más profundas, de las tragedias personales que acechan al creador. Rubio no solo aborda el arte como un objeto sublime, sino también como un vehículo para confrontar las vergüenzas y las grietas de la existencia humana.
En este sentido, la obra se acerca a la tradición del teatro del absurdo y el teatro de la crueldad, movimientos que subrayan el absurdo de la condición humana y la brutalidad de la existencia. A través de los sueños y la desesperación del personaje principal, un viejo director de orquesta, se evoca la locura, la extenuación del cuerpo y la mente, la melancolía amarga que no se puede resolver. Esta melancolía no es un simple recuerdo nostálgico, sino una ruptura irreversible, una herida abierta que no puede ser sanada.
El protagonista de la obra es, en muchos sentidos, un sobreviviente de sí mismo, alguien que ha quedado fragmentado por las experiencias que no se completaron, por los sueños rotos. El acto de crear, entonces, se convierte en un acto de supervivencia, una lucha constante por dar sentido a lo incompleto y lo fragmentado. La reflexión de Rubio sobre el arte se convierte en un examen de la naturaleza misma de la creación, una búsqueda que lleva al artista a confrontar no solo su propia realidad, sino también la contradicción entre la belleza idealizada y el caos de la vida.
En su obra, Rubio propone un espacio en el que los sueños y las pasiones más oscuras se funden con la complejidad de la vida misma, preguntándose si el arte puede realmente salvarnos de las miserias de la existencia o si, por el contrario, lo que nos ofrece es una forma de enfrentarnos a ellas.
